Alguna vez corrió la noticia de que el ahora fallecido líder
norcoreano era un ícono de la moda.[19.06.10]
Entre las pocas cosas que se conocen de Kim Jong-il, el paranoico
dictador de Corea del Norte, está el que alguien lo considera un ícono
de la moda. No es una burla aunque la evidencia sugiera lo contrario.
En sus escasas apariciones públicas, suele lucir aburridas casacas de
colores terrosos o grises y con frecuencia da la impresión de que ha
perdido demasiado peso sin que sus sastres se atrevan a mencionárselo.
Kim, un fanático del cine estadounidense –durante años se ha dicho
que tiene una colección de veinte mil películas–, lleva siempre anteojos
oscuros gigantes y se aumenta la estatura con zapatos de plataforma de
doce centímetros de alto, acaso para parecer una estrella de Hollywood.
Entre los rigores a los que somete a su pueblo está el haber
uniformizado la manera de vestir, de modo que no es extraño verlo en las
fotografías oficiales rodeado por partidarios ataviados exactamente de
la misma forma. Nadie osa contrariar el gusto del «querido líder», como
lo llaman en su imperio nuclear.
Pero ya se sabe que el poder absoluto genera delirios absolutos: en
abril del 2010 la página oficial del gobierno norcoreano informó de una
súbita epidemia planetaria de imitadores de su dirigente. «El estilo de
Kim Jong-il, que ahora se expande de un modo vertiginoso por todo el
mundo, es algo sin precedentes en la historia universal», dijo el
reporte. El responsable de tan categórica opinión era un supuesto
modisto francés que, como era de esperarse, no fue identificado.
Según ese experto fantasmal, la razón de semejante euforia es que «la
augusta imagen del Gran General, quien siempre usa un modesto traje
mientras trabaja, deja una profunda impresión en la mente de todos los
pueblos del orbe». El rey no está desnudo, dirían con sorna los
estafadores de una célebre fábula infantil. Sea consecuencia del culto a
la personalidad que el propio Kim alimenta o a la temerosa adulación de
sus súbditos, este insólito caso de conversión pop revela la verdadera
naturaleza del fenómeno: la moda no es un artefacto, sino una idea que
uno escoge creer.
En su tiempo, Mao Zedong impuso en China una sobria chaqueta como
alternativa a la frivolidad occidental en el vestir. Apenas murió, la
prenda empezó su éxodo al cementerio de los trajes olvidados. «El hombre
contemporáneo, al fin abandonado por Dios y las ideologías, abandonado a
sus propios medios, sólo dispone de una última cosa: de sí mismo, de su
cuerpo humano al desnudo», dice la escritora croata Dubravka Ugresic,
exiliada de otro régimen totalitario. En tiempos como éstos, explica, el
sentido de la vida es dictado por una nueva corte de sabios integrada
por gurús espirituales, cirujanos plásticos y diseñadores de moda.
¿Es coincidencia que la lista de los diez gobernantes peor vestidos
del mundo –realizada en el mismo 2010 por la revista TIME– esté dominada
por extremistas? Entre las cortinas de seda que viste el líder libanés
Muammar Gaddafi y los desangelados cortavientos del iraní Ahmadinejad,
el glamour puede convertirse en un nuevo campo para viejas batallas. Un
espacio en el que usar una prenda puede empujarte al centro de una pugna
ideológica: globalistas versus regionalistas, ecologistas versus
industriales, esclavos del pasado versus místicos de la nueva era. Tu
vestuario te inserta en una comunidad, y eso no es necesariamente un
problema. «Hablar del kitsch pasó a ser una descortesía en el momento
mismo en que el mundo se volvía kitsch», dice el escritor Milan Kundera.
Pero si un hombre ya es esclavo de sus palabras, ¿tiene que ser
prisionero de lo que viste? En el gabinete de Kim Jong-il debe haber
alguien que lo tiene claro. Con seguridad es un sastre.
Fuente: David Hidalgo " El club de lo insolito "