viernes, 7 de diciembre de 2012

¿POR QUE LOS DICTADORES SE VISTEN TAN MAL?


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Alguna vez corrió la noticia de que el ahora fallecido líder norcoreano era un ícono de la moda.[19.06.10]
Entre las pocas cosas que se conocen de Kim Jong-il, el paranoico dictador de Corea del Norte, está el que alguien lo considera un ícono de la moda. No es una burla aunque la evidencia sugiera lo contrario.
En sus escasas apariciones públicas, suele lucir aburridas casacas de colores terrosos o grises y con frecuencia da la impresión de que ha perdido demasiado peso sin que sus sastres se atrevan a mencionárselo.
Kim, un fanático del cine estadounidense –durante años se ha dicho que tiene una colección de veinte mil películas–, lleva siempre anteojos oscuros gigantes y se aumenta la estatura con zapatos de plataforma de doce centímetros de alto, acaso para parecer una estrella de Hollywood. Entre los rigores a los que somete a su pueblo está el haber uniformizado la manera de vestir, de modo que no es extraño verlo en las fotografías oficiales rodeado por partidarios ataviados exactamente de la misma forma. Nadie osa contrariar el gusto del «querido líder», como lo llaman en su imperio nuclear.
Pero ya se sabe que el poder absoluto genera delirios absolutos: en abril del 2010 la página oficial del gobierno norcoreano informó de una súbita epidemia planetaria de imitadores de su dirigente. «El estilo de Kim Jong-il, que ahora se expande de un modo vertiginoso por todo el mundo, es algo sin precedentes en la historia universal», dijo el reporte. El responsable de tan categórica opinión era un supuesto modisto francés que, como era de esperarse, no fue identificado.
Según ese experto fantasmal, la razón de semejante euforia es que «la augusta imagen del Gran General, quien siempre usa un modesto traje mientras trabaja, deja una profunda impresión en la mente de todos los pueblos del orbe». El rey no está desnudo, dirían con sorna los estafadores de una célebre fábula infantil. Sea consecuencia del culto a la personalidad que el propio Kim alimenta o a la temerosa adulación de sus súbditos, este insólito caso de conversión pop revela la verdadera naturaleza del fenómeno: la moda no es un artefacto, sino una idea que uno escoge creer.
En su tiempo, Mao Zedong impuso en China una sobria chaqueta como alternativa a la frivolidad occidental en el vestir. Apenas murió, la prenda empezó su éxodo al cementerio de los trajes olvidados. «El hombre contemporáneo, al fin abandonado por Dios y las ideologías, abandonado a sus propios medios, sólo dispone de una última cosa: de sí mismo, de su cuerpo humano al desnudo», dice la escritora croata Dubravka Ugresic, exiliada de otro régimen totalitario. En tiempos como éstos, explica, el sentido de la vida es dictado por una nueva corte de sabios integrada por gurús espirituales, cirujanos plásticos y diseñadores de moda.
¿Es coincidencia que la lista de los diez gobernantes peor vestidos del mundo –realizada en el mismo 2010 por la revista TIME– esté dominada por extremistas? Entre las cortinas de seda que viste el líder libanés Muammar Gaddafi y los desangelados cortavientos del iraní Ahmadinejad, el glamour puede convertirse en un nuevo campo para viejas batallas. Un espacio en el que usar una prenda puede empujarte al centro de una pugna ideológica: globalistas versus regionalistas, ecologistas versus industriales, esclavos del pasado versus místicos de la nueva era. Tu vestuario te inserta en una comunidad, y eso no es necesariamente un problema. «Hablar del kitsch pasó a ser una descortesía en el momento mismo en que el mundo se volvía kitsch», dice el escritor Milan Kundera.
Pero si un hombre ya es esclavo de sus palabras, ¿tiene que ser prisionero de lo que viste? En el gabinete de Kim Jong-il debe haber alguien que lo tiene claro. Con seguridad es un sastre.
Fuente: David Hidalgo " El club de lo insolito "

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