Su increíble talento con el piano le salvó la vida en el campo de concentración de Theresiendstad
Su talento le salvó la vida. Con esta frase podrían resumirse los 109 años de Alice Herz-Sommer,
más de un siglo marcado por la tristeza, la guerra, el horror del
Holocausto y la pérdida de casi todo lo querido. La retahila de
acontecimientos que han marcado su longeva vida no se reflejan, en
cambio, en los surcos de su rostro, que muestran a su vejez la vitalidad
y el optimismo de quien nunca ha temido a nada. Escucharla tocar es un
privilegio del que todavía hoy muchos disfrutan: son las notas de quien hubiera tenido una más que prometedora carrera de no haber vivido el infierno de la guerra.
Alice Herz-Sommer nació en
Checoslovaquia en 1903. Procedente de una familia acomodada, su
talentosa madre le inculcó el amor por el arte y la música. En su casa
ya se respiraba el talento. Franz Kafka,
amigo de la familia, fue una de las muchas personalidades con quien
Alice compartió charla y mantel. Todos reconocieron el talento de Alice
en cuanto la escucharon tocar, pero nunca pensaría que este talento
innato, además de su compañero de vida y su profesión, sería el
instrumento que la salvaría de lo que la vida le tenía preparado.
Varios libros y entrevistas relatan la vida de Alice Herz-Sommer. El último de ellos, «El mundo de Alice», de Caroline Stoessinger, (Zenith), es fruto de numerosas conversaciones con la artista en el salón de su casa al norte de Londres.
En 1939 comenzó el verdadero
calvario para esta checa a la que la suerte le dio la espalda. Fue el
año en que Hitler invadió Checoslovaquia y expulsó de allí a los judíos
cuando su talento empezó a ayudarla. Un soldado nazi, vecino del mismo
edificio en que vivían la pianista y su familia, consiguió retrasar al máximo el envío de la artista a un campo de concentración
al quedar maravillado con su exquisita música. Lo que no pudo evitar,
no en vano, fue que la ya anciana madre de Alice sí se viera abocada a
abandonar Checoslovaquia y corriera una trágica suerte.
«El soldado nazi fue el más humano»
El momento del horror llegó
verdaderamente en 1943, cuando Alice, su marido y su hijo Raphael fueron
enviados al campo de concentración de Theresienstadt (Terencin), donde la artista perdió todo con lo que había crecido. «Nos quedamos sin nada»,
relata la artista. Durante su marcha, numerosos vecinos y amigos no
judíos de la pianista acudieron a su domicilio, no para despedirse, ni
para darle suerte, sino para hacerse con todas sus pertenencias de cara a
su repentina marcha. «Mis amigos que no eran judíos ya ni me miraban».
Su vecino, el soldado nazi, fue para Alice «el más humano de todos
ellos».
En Theresiendstad el régimen reunió a numerosos artistas: músicos, actores, escritores...«todo era propaganda, nos querían mostrar al mundo
mientras asesinaban a nuestros amigos». Sin embargo, cuando celebraba
sus conciertos -dio al menos cien en el campo de concentración- la
pianista notaba la presencia de soldados del régimen que, en secreto,
eran fervientes admiradores de su música.
Quien sí fue deportado fue su marido, enviado en 1944 al campo de concentración de Auschwitz.
Poco antes del fin de la guerra el hombre moría dejando a Alice sola
con su único hijo. La pesadilla de Theresiendstad terminaba el 9 de mayo
de 1945. «Cuando volví a casa nadie regresó, ni mi familia, ni mis
amigos. Ahí fue cuando me percaté de lo que había hecho Hitler». «Tocaba
Chopen mientras ellos enviaban a mi familia a la muerte», relató hace
poco la superviviente a un rotativo británico.
Pasado el 9 de mayo de 1945 Alice borró de su mente el tiempo vivido en Theresiendstad. Jamás volvió a hablar de ello y evitó el tema con todos los amigos que
le preguntaron por aquella dura etapa. Solo ahora, cuando la anciana
relata su vida, saca a relucir lo que ocurrió en ese lugar.
Tras la guerra, Alice y su hijo se
mudaron a Israel, donde Raphael se convirtió en un afamado
violonchelista. Más tarde la anciana se afincaría en Londres para pasar
su vejez junto a él, pero la muerte repentina del músico, en 2001,
volvió a impregnar de tragedia su vida. No obstante, Alice jamás ha
borrado la sonrisa de su rostro: «En lugar de empecinarse en los
problemas, ¿por qué no ver las cosas buenas de la vida?».
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